martes, 12 de junio de 2012

MASMITJÁ HOMBRE SENCILLO



Todos los grandes hombres han sido sencillos y humildes, nobles y trabajadores, bondadosos y modestos. Así fue Joaquín Masmitjá, hombre sencillo, trabajador y mente clarividente.

Supo llegar a los corazones que con él se encontraron. Vivió de prisa, siempre lleno de múltiples ocupaciones eclesiales, tomándose en serio hasta las cosas más nimias. En todas ellas puso su mensaje de amor y de fidelidad, pues de ambos valores fue un depósito inagotable del que, no sólo se surtió él mismo, sino que alimentó a cuantos a él acudieron en busca de luz. El rasgo más significativo de su actividad fue la amabilidad con la que procedía y que le ganaba infaliblemente la simpatía de todos.






Lo que no dejó consignado en escritos sistemáticos y teológicos, aunque era culto y fino pensador por su formación enciclopédica, lo supo plasmar en las acciones de cada día. Todo lo que hacía se orientaban a la ayuda al prójimo, con espíritu de servicio y con el entusiasmo de su sacerdocio vivido en plenitud. En esa actitud es donde diseñó espontáneamente  su vida espiritual y apostólica.

 Miles de cartas salieron de su pluma familiar, expresiva y afectuosa. Gracias a ellas conocemos lo más hondo de su mente ordenada y serena. Todas llevan el mensaje cotidiano de la tranquilidad y de la disponibilidad, rasgos que le definían. Atrapado en la tarea  curial de la Diócesis, no pudo escaparse de muchas limitaciones que estorbaron sus empresas educadoras, pero supo hacer de la misma burocracia una forma de apostolado eclesial.

Siempre confiado en María, Madre de Dios, a la que encomendaba todas sus obras:
El Señor por intercesión de la Santísima 
Madre nos dirigirá para que todo salga bien”.

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